Rafael Obligado
En Argentina, Santos Vega, fue el más legendario de todos los payadores. Era hijo de padres andaluces llegados de Cádiz en 1770. Recorrió la llanura pampeana improvisando y con el tiempo se convirtió en el prototipo del payador. Luego la fantasía literaria le dio a su existencia un aspecto mitológico.

Se cuenta que perdió su ultima payada con Juan Gualberto Godoy, a quien se lo personificó con el diablo por haber logrado semejante proeza.
Hilario Ascasubi, Rafael Obligado y Bartolomé Mitre escribieron obras literarias con este personaje.
Lo cierto fue que Juan Gualberto Godoy tuvo existencia real. Era mendocino, fue político y periodista de tendencia unitaria y se desempeño como diplomático en Chile.
El Santos Vega, quizás sea la obra de mayor trascendencia de Rafael Obligado, es un poema de significado simbólico, en el que Juan Sin Ropa representa el adelanto, el progreso, lo nuevo, frente a Santos Vega que simboliza lo tradicional. Éste último es vencido por el paso irrefrenable de la evolución de la civilización.
El "Santos Vega", está dividido en cuatro cantos: El Alma del Payador, La Prenda del Payador, El Himno del Payador y La Muerte del Payador.
Santos Vega, el payador, aquél de la larga fama, murió cantando su amor como el pájaro en la rama - Cantar popular -
Cuando la tarde se inclina sollozando al occidente, corre una sombra doliente sobre la pampa argentina. Y cuando el sol ilumina con luz brillante y serena del ancho campo la escena, la melancólica sombra huye besando su alfombra con el afán de la pena. Cuentan los criollos del suelo que, en tibia noche de luna, en solitaria laguna para la sombra su vuelo; que allí se ensancha, y un velo va sobre el agua formando, mientras se goza escuchando por singular beneficio, el incesante bullicio que hacen las olas rodando. Dicen que, en noche nublada, si su guitarra algún mozo en el crucero del pozo deja de intento colgada, llega la sombra callada y, al envolverla en su manto, suena el preludio de un canto entre las cuerdas dormidas, cuerdas que vibran heridas como por gotas de llanto. Cuentan que en noche de aquellas en que la Pampa se abisma en la extensión de sí misma sin su corona de estrellas, sobre las lomas más bellas, donde hay más trébol risueño, luce una antorcha sin dueño entre una niebla indecisa, para que temple la brisa las blandas alas del sueño. Mas, si trocado el desmayo en tempestad de su seno, estalla el cóncavo trueno, que es la palabra del rayo, hiere al ombú de soslayo rojiza sierpe de llamas, que, calcinando sus ramas, serpea, corre y asciende, y en la alta copa desprende brillante lluvia de escamas. Cuando, en las siestas de estío, las brillazones remedan vastos oleajes que ruedan sobre fantástico río, mudo, abismado y sombrío, baja un jinete la falda tinta de bella esmeralda, llega a las márgenes solas... ¡y hunde su potro en las olas, con la guitarra a la espalda! Si entonces cruza a lo lejos, galopando sobre el llano solitario, algún paisano, viendo al otro en los reflejos de aquel abismo de espejos, siente indecibles quebrantos, y, alzando en vez de sus cantos una oración de ternura, al persignarse murmura: "-¡El alma del viejo Santos!" Yo, que en la tierra he nacido donde ese genio ha cantado, y el pampero he respirado que al payador ha nutrido, beso este suelo querido que a mis caricias se entrega, mientras de orgullo me anega la convicción de que es mía ¡la patria de Echeverría, la tierra de Santos Vega!
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