Cuarta parte del Martín Fierro de José Hernández. Con esta obra se reconoció al gaucho emblema de la argentinidad y representante de dicho país.
Yo he conocido esta tierra en que el paisano vivía y su ranchito tenía y sus hijos y mujer… era una delicia el ver como pasaba sus días. Entonces… cuando el lucero brillaba en el cielo santo, y los gallos con su canto nos decían que el día llegaba, a la cocina rumbiaba el gaucho… que un encanto.

Y sentao junto al jogón a esperar que venga el día, al cimarrón le prendía hasta ponerse rechoncho, mientras su china dormía tapadita con su poncho. Y apenas la madrugada empezaba coloriar, los pájaros a cantar, y las gallinas a apiarse, era cosa de largarse cada cual a trabajar. Este se ata las espuelas, se sale el otro cantando, uno busca un pellón blando, este un lazo, otro un rebenque, y los pingos relinchando los llaman dende el palenque. El que era pion domador enderezaba al corral, ande estaba el animal bufidos que se las pela … y más malo que su agüela, se hacia astillas el bagual. ¡Ah, tiempos!… ¡Si era un orgullo ver jinetear un paisano! Cuando era gaucho baquiano, aunque el potro se boliase, no había uno que no parese con el cabresto en la mano. Y mientras domaban unos, otros al campo salían y la hacienda recogían, las manadas repuntaban, y ansí sin sentir pasaban entretenidos el día.
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